lunes, 6 de febrero de 2012

Donde se detiene el tiempo



Varias veces al día pienso en viajar. En lugares que visité, o lugares que quiero visitar.

Mi último destino fue Costa Rica en un viaje fugaz. Por lo corto que fue, no puedo decir que conozca el país, sino apenas un diminuto rincón llamado Santa Teresa. Una bella amiga está viviendo ahí (de esa gente iluminada de la que suelo hablar). Hacía tiempo que no veía a esa rubia de ojos celestes que anda por el mundo con un arito en la nariz, una sonrisa de oreja a oreja y vistiendo lo primero que encontró limpio en la mochila.

Hace un año y medio decidió armar el bolsito y partir sin boleto de vuelta. Hoy trabaja en un restaurant de unos conocidos en Sta Teresa y conserva la sonrisa que la caracteriza, y que por momentos se olvidaba de mostrar en Buenos Aires.



Otra amiga iluminada, su gemela en el mundo (porque hay casos en los que no hace falta ADN), hacía tiempo que tenía su pasaje en la mano para ir en su encuentro. Por eso, y porque necesitaba contagiarme de su AXÉ (googleen esa palabra mágica, no tiene traducción válida en mi corazón), es que saqué un pasaje de avión para sumarme a la travesía.



Si, una semana. Una semana que me alegró el corazón y aún me hace sonreír. Increíble lo que rindió esa semana y lo que me transgredí a mi misma, en el mejor sentido de la palabra. Sin horarios, sin preocupaciones, sin mambitos ni rollos de esos que abundan en mi cabeza. Una semana que rindió como un mes.



Y entonces pasé 7 días en el mar, y las pocas horas que mi cuerpo no se sumergía, me aseguraba de dejar el corazón entre ola y ola para no extrañar. Es increíble lo que me calma el mar, como ninguna otra cosa en el mundo. Definitivamente es mi lugar en el universo.

Volví a subirme a una tabla de surf, y a caerme, y a volver a subirme. Y cuando me volvía insoportable, y quería darme por vencida mandando todo al carajo, ahí aparecían ellas. Las gemelas Olsen que tengo de amigas (en su versión más bizarra), usaron su voz más aguda para decirme que dejara de joder y quejarme y usara esa energía para volver a intentarlo una vez más... y otra... y otra. Admiro su paciencia para fumarme frustrada...

También tuve un pequeño amor de verano. Si, lo digo así al pasar, es mi forma de restarle entidad. Y con su sonrisa me bajó del pony de un ondazo. Yo haciéndome la canchera, jugándola de superada, y el joven galante vino a sacarme todas las armaduras y mostrar lo sencillitas y profundamente bellas que pueden ser las relaciones humanas.

Y entonces aprendí que puedo aflojar, que el caballero en su brillante armadura no buscaba hacer daño, sino conocerme y hacerme reír, si acaso yo lo permitía. Y con cada una de sus sonrisas me enseñó que soy más transparente de lo que pienso. 

Costa Rica fue... 

Pura Vida!





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