lunes, 8 de julio de 2013

Viajar y después


Pertenezco a una generación de viajeros. 

Mis amigos en los últimos 4 años han vivido en Costa Rica, México DF, Cusco, Miami, New York, Panamá, Honduras, Salvador de Bahia, Rio de Janeiro, Barcelona, Paris, Zaragoza, Australia, Nueva Zelanda y podría seguir contando. Y hablamos de un grupo cerrado...tampoco tengo tantos amigos.

Esto recién empieza, todos ellos siguen planeando próximo destino en el cual perderse por un año o dos. Nunca menos de eso, el viaje de dos meses es un obligado que casi no cuenta. Acá estamos hablando de irse a levantar kiwis, o alguno de esos laburos que en tu ciudad de origen jamás harías. Menos que eso? Se llama rutina para ellos.

No sé qué será lo que los mueve, de lo que estoy segura es que las razones son diversas. Algunos quieren conocer otras culturas, otros aprender idiomas, otros escaparse de una realidad que en Buenos Aires los tira para abajo. Sin embargo, hay también un signo de una generación. Todos compartimos la idea de que las fronteras son borrosas y que el desafío está en lo desconocido, en exponerse a lo nuevo. El horizonte abierto es algo que encanta en una época en que es fácil desencantarse con el día a día. 

Los iluminados, los seres sensibles de estos tiempos no pueden conectar con una rutina que durante generaciones y generaciones buscó marcar un camino seguro, "que funciona". En nuestro círculo el camino era claro e indiscutido: colegio, facultad, pasantía (y si se solapan estos últimos dos, mejor, porque no hay tiempo que perder), asistente, Jefe, dueño del mundo. Ah...no era asi?

Que admirable me resulta que se bajen de la rueda del hamster y para darse cuenta de que eso no es lo que quieren. Plantearse quizás, que ese camino se puede retomar dos años mas tarde, después de recorrer el sudeste asiático. Al final, es caer en la cuenta, de que esos dos años de aventura te pueden aportar, son tanto o más valor que lo que podés aprender detrás de una computadora. 

Por mucho tiempo pensé que yo tenía que ser una de esas personas. Que tenía que irme, sin rumbo, a conocer otros vientos y dejarme crecer una rasta. Pero mientras viajé, meses, semanas, entendí que hay un momento para volver a la tierra de uno. Para mi sorpresa, en esos viajes descubrí que mi lugar es Buenos Aires. En su caos, en los cambios que le deseo, en los mates en la plaza. Porque ahí esta mi familia, mis amigos, mis lugares con historia, y también tanto por descubrir y con lo que sorprenderme cual turista. 

Puede ser que vea mi trabajo actual como un haber parado la rueda, y casi que me siento en una aventura de día a día. O quizás sea la nostalgia tanguera del Río de la Plata que se le prende a uno en la piel por nacer en Buenos Aires. Por una u otra razón, estoy arraigada a la ciudad de la furia. 

Al menos hasta enero y mi próximo viaje, en que probablemente visite a alguno de mis viajeros.


Otra melodía del sur para aquellos a los que les gusta la murga... Despedida a tu ciudad


(foto via Cavalier)




2 comentarios:

  1. Estás de viaje también, eso está claro. Te espero en Manila para tomar unos mates. Me gustó! Voy por el tercer post.

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  2. Bella! Si estás ahi en 5 meses lo pienso seriamente...

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